martes, 14 de diciembre de 2010

Claramente

Te veo, te conozco, somos amigos, somos más que amigos, me enamoro, me besas, te beso, qué más puedo pedir, me siento completa, hablo de la felicidad de ser feliz, sonrío, río, río, río, que positiva soy, te conozco, sé como te mueves, me besas, me besas, me besas, me aburres, me desesperas, me ahogas, te aburro, te desespero, te ahogo, me cortas, te vas, me deprimes, lloro, soy negativa, recuerdo, me torturo, soy lo peor, debiera morir, debieras morir, no tengo sentido, quiero morir, nada será como antes, me acostumbro, lo veo, lo conozco... te ves tan lindo, somos amigos, me enamoro, te beso, mi vida mejora, sonrío, esto es lo mejor que me ha pasado, todo el pasado no se compara con esta situación, quién era ese otro, ni un brillo, eres lo mejor, te amo, te amo, te amo, te aburres, te desesperas, me cortas, yo sufro, me deprimo, me muero, nada tiene sentido...Se cruza, lo veo, lo conozco, me enamoro, recuerdo, lo otro fue una tontera, te veo, te beso, me besas, me amas, me amas, me amas...Nada podría estar mejor.


Claramente, nada podría estar mejor.



jueves, 18 de noviembre de 2010

Hare Hare Punk

Son las 6 de la tarde y estoy parada – con cara de “puchaquenervios”- frente a una casa amarilla de dos pisos en José Miguel Carrera 330. Se oye en toda la calle una música bien particular saliendo de ese lugar, melodías orientales que aparecen en programas como “La-Ruta-de-algo”, con un toque bien místico y tibetano, pero a la vez con un ánimo tremendo casi de samba carioca, alegría que no pasa desapercibida por los transeúntes del barrio República.

Veo a gente que usa muchas faldas hechas como de lienzos o retazos, mujeres, niños pequeños –otros no tanto- y hombres rapados. Todos con cara de mucha paz y un hablar pausado y extraño. De pronto, y aunque siempre he tenido curiosidad acerca de todas las religiones habidas y por haber, me invade un sentimiento de falsedad al estar ahí particularmente por un trabajo de redacción periodística. Intento parecer normal y no una turista, aunque me siento observada…supongo que es obvio si todos andan con paños y sandalias, y yo con unos jeans desgastados y una polera tan default como los tonos predeterminados de mi celular.

A medida que me adentro en el lugar, pasando por una especie de portón metálico –digo especie porque no sé realmente si eran unas latas apoyadas a los costados de las paredes o si se trataba de puertas abiertas de par en par-, la música golpea más mis hipersensibles oídos, haciendo recordar que hace mucho no escuchaba tantos panderos juntos. No desde que los evangélicos dejaron de ir cada semana a mi calle a cantar.

Me encuentro con Carola, o más bien “Venuhi” –creo que ese es su nombre Krishna, si mi incipiente sordera no me engaña-, quien está vestida igual al día en que me invitó. “Que suerte conocer a una Hare” pensé ese martes en que no se me ocurría aun qué hacer para el trabajo de observación participante. “Ando con suerte hoy”.

Carola tiene una pinta bien particular: está llena de paños orientales, muy hindúes, adornada con collares de piedra y con su cabello tomado en una trenza muy larga…pero algo encuentro raro. Se ve bonita y pacífica –me siento tan típica, desabrida, santiaguina y pasada a smog-, pero ese color naranjo de los ropajes no me encajan en la imagen que veo: algún detalle que no consigo reconocer me hace pensar que ella tuvo un pasado muy alternativo. Me hace una seña con las manos, se acerca a mí y diciéndome “Hare krishna, amiga” y me abraza de una manera sorprendentemente cariñosa – pero no molesta-: realmente parece estar feliz de que haya acudido al culto.

Pasa un rato en el que me quedo observando la distancia que mantienen entre hombres y mujeres –cosa que no me gusta, la encuentro algo medieval- y entonces llegan dos amigas de Carola, cuyos nombres no logro recordar –imagino que eran una especie de nombre Krishna ficticios porque eran muy estilo Ghandi y ellas parecían ser muy chilenas- y ellas también me abrazan del mismo modo que Venuhi, como si me conocieran de toda la vida y las invadiera una felicidad celestial al verme ahí. Mirando alrededor como todos se saludaban logré entender que ese era el estilo, amistoso, espontáneo, desprejuiciado. Y me puse a reír sola al recordar los cotidianos y efusivos saludos familiares en casa, en que, si hay suerte, alguno desvía la atención del programa de TV de turno para decirle “hola” a quien llega.

Me indican que debo sacarme los zapatos, que debo dejarlos en un rincón junto a cualquier cosa que me pueda estorbar, pues me aseguran que necesitaré un par de vitaminas para poder celebrar como ellos lo hacen cada reunión. “Te cansarás de tanto saltar y cantar hoy, esto es mejor que un gimnasio, con tres reuniones a la semana quedas regia”- dice con picardía la amiga de Venuhi. Hago lo que me piden y me dirijo al lugar de donde proviene la música que he sentido desde que llegué al lugar, no sin algo de nerviosismo, la verdad es que esta gente es muy distinta a mí, demasiado simpática, demasiado alegre, demasiado espontánea, demasiado de piel. Muchos “demasiados”, que normalmente me agradarían. Creo que son virtudes, pero así en cantidades tan grandes y repentinas, suele ser algo intimidante.

Llego a la sala, es muy grande y podría decir que hay un mini-mar de gente. Claramente no es un estadio lleno, pero me da la impresión de que está atestado el lugar y de que hay ahí mucha más gente de lo que normalmente soporta el espacio y el oxígeno de una sala. Todos saltan, todos cantan, chocan, se pisan, pero nada parece importar.

Todos están descalzos y visten paños amarillos, naranjos, rosados y color piel. Muchos collares, diversos símbolos tatuados –con henna, imagino- en sus frentes y mucha alegría. La mística música se enlaza bien con el aroma a incienso que invade el lugar y que en un inicio me causó algo de rechazo. La mayoría de los hombres tienen su cabeza rapada y las mujeres, su cabello trenzado. Todos cantan sonrientes “hare, hare, haaaaaa” –parece que es lo único que dicen todas las canciones- mientras los brincos son casi de calibre gimnástico, confirmando lo que la amiga de Venuhi me dijo hace un rato. Así que haciendo caso de lo anterior y del hecho de haber abandonado hace un buen rato el gimnasio, me pongo a saltar en el poco espacio que tengo –entre dos niñas que cantan a gritos- y pronunciando “hare, hare, hare” y “rama, rama, raaaa”. Hay energía y buena onda en el ambiente, pero me siento algo estúpida de cantar algo que no sé qué significa.

Diez minutos, quince, veinte. Todos saltando, “hare, hare, hare”, nadie se detiene, nadie deja de sonreír, nada indica que esta danza extraña vaya a detenerse. Mi falta de gimnasio se hace notar, por lo que intento acercarme a una pared para apoyarme y recuperar el aliento perdido entre tanto brinco. Una de las niñas que está junto a mí se ríe y me dice: “a mí también me costó cuando vine la primera vez, ya llevo tres meses y ahora puedo saltar al menos por una hora”. Me reí con ella, aunque para mis adentros sus palabras fueron terribles. ¡¿Una hora?! (8) Difícil....muy difícil...(8)

El aire enrarecido me empieza a ahogar, así que decido que salir a tomar aire es la mejor opción si no me quiero morir por asfixia. No me di ni cuenta de cómo pasó el tiempo, cuando ya llevaba unos quince minutos afuera recuperando las fuerzas y saliéndome de mi misión imposible, pero necesito ir a caminar. Eso me dispongo a hacer cuando recuerdo que mis zapatillas están dentro del templo. Esto me exaspera un poco: sí, estoy algo atormentada con la música y el aroma es demasiado pesado.

De pronto, en medio de mis lamentos zapatillescos y musicales, reparo en que el ritmo incesante ya no suena, y no sé hace cuanto rato habrá dejado de hacerlo. Miro a mi alrededor y veo que hay una gran fila de gente “distinta”, gente que sale de lo común. Gente que no usa sábanas ni paños. Gente extraña, considerando el lugar. Luego me fijo en que no sólo se trata de personas comunes-sin-paños: muchos de ellos, parecen ser de la calle.

Pregunto a alguien que se ve normal – o sea, que se viste como los hare- qué sucede, qué significa esa fila y ella responde que es la comunidad del sector que se acerca a compartir la cena que un rato más se realizará. “Les damos prasadam -alimento espiritual "lacto vegetariano", me explica-, todos comemos juntos con gran placer y al final de la noche nadie quiere irse. Acá en el templo, por Bhakt agavhgshhata (Bakhtivedanta ._. ) todos somos hermanos en la fe de Krishna… ¿Quiere usted quedarse? -tono MUY extranjero-. Sólo se pide un aporte voluntario, nada más”.

Me enterneció la actitud. “Mmm…yo creo que sí, ahí veré bien. Gracias”. Muchos de los viejitos que hacían fila, demostraban ser experimentados habitantes de las calles céntricas y de sus penurias nocturnas. Rica comida para ellos. Quise quedarme a compartir, quise entrar al templo nuevamente – ya llevaba más de media hora fuera y me estaba perdiendo de seguro, una prédica muy alternativa-, quise tener algo más de ganas. Pero creo que mi estado físico terrible entre tanto salto me pasa la cuenta, y definitivamente no me siento nada de bien. Estoy mareada. Así que entro raudamente, oigo unos “hare, señor Krishna, hare…Así Krishna dice por el Bramada…”, esta vez sin música: es un tono solemne. Oigo también algo sobre un gurú. Pero no me desviaré, mis zapatillas me esperan.

Me puse aquellos zapatitos morados, cual collar de perlas…¡¡nunca adoré tanto ver mis zapatillas!!! Me despido de los inciensos y los cabellos trenzados y de las caras de paz, para volver a mi mundo real. Salgo muy rápidamente - me invide un sentimiento de culpa por no tener el ánimo de quedarme, sobre todo al ver a algunos krishna mirarme con cara de “porquesevatanluego”- y en mi veloz escapada casi choco con un chico rapado, igual a los otros…

No, no era igual a los otros. Era el Choko: un viejo amigo anarko, partner de tocatas rockeras y punkies de tiempos escolares y ahora ¡un flamante señor pelado vestido en sábanas! Me mira atemorizado y avergonzado, como si no quisiese haberse topado conmigo. Escucho un casi inaudible “gracias por venir.... Hare Krishna, Haribol” y continua su camino, como si no me conociese. Entonces algo que no supe definir me anima a salir sin penas de aquel pacífico y extraño lugar de José Miguel Carrera 330.

No entendí la actitud. No entendí mucho lo que decían los amables dueños de casa ni tampoco el por qué de tanta lejanía entre mujeres y hombres. Tampoco entendí por qué justo me vengo a sentir tan mal cuando debo quedarme a terminar mi misión.

Tal vez tengo algún problema con tanta sábana.